“He aquí al idiota que recibía cartas del extranjero”.
Éluard
Hablo
de una traición, hablo de un místico embaucar, de la pasión de la
irrealidad y de la realidad de las casas mortuorias de los cuerpos en
sudarios y de los retratos nupciales.
Nada prueba que no clavó agujas en mi imagen, hasta resulta extraño que
yo no le haya enviado mi fotografía acompañada de agujas y de un manual
de instrucciones. ¿Cómo empezó esta historia? Es lo que quiero indagar
pero con voz solamente mía y eliminando todo designio poético. No poesía
sino policía.
Como una madre que no quiere dejar irse de sí a su niño que ya está
nacido, así su absorción silenciosa. Yo me arrojo en su silencio; yo,
ebria de presentimientos mágicos acerca de una unión con el silencio.
Recuerdo. Una noche de gritos. Yo subía y no tenía posibilidad de
arrepentirme; subía cada vez más alto sin saber si llegaría a un
encuentro de fusión o si me quedaría toda la vida con la cabeza clavada
en un poste. Era como tragar olas de silencio, mis labios se movían como
debajo del agua, me ahogaba, era como si estuviera tragando silencio.
En mí éramos yo y el silencio. Esa noche me arrojé desde la torre más
alta. Y cuando estuvimos en lo alto de la ola, supe que eso era lo mío, y
aun lo que he buscado en los poemas, en los cuadros, en la música, era
un ser llevada a lo alto de la ola. No sé cómo me abandoné, pero era
como un poema genial: no podía no ser escrito. ¿Y por qué no me quedé
allí y no morí? Era el sueño de la más alta muerte, el sueño de morir
haciendo el poema en un espacio ceremonial donde palabras como amor, poesía y libertad eran actos en cuerpo vivo.
A esto pretende su silencio.
Crea un silencio en el que yo reconozca mi lugar de reposo cuando la
prueba de fuego de su afección tuvo que haber sido mantenerme lejos del
silencio, tuvo que haber sido vedarme el acceso a esa zona de silencio
exterminador.
Comprendo, de nada sirve comprender, a nadie nunca le ha servido
comprender, y sé que ahora necesito remontarme a la raíz de esa
fascinación silenciosa, de esta oquedad que se abre para que yo entre,
yo el holocausto, yo la víctima propiciatoria. Su persona es menos que
un fantasma, que un nombre, que vacío. Alguien me bebe desde la otra
orilla, alguien me succiona, me abandona exangüe. Estoy muriendo porque
alguien ha creado un silencio para mí.
Fue un trabajo magistral, una infiltración retórica, una lenta invasión
(tribu de palabras puras, hordas de discursos alados). Voy a intentar
desenlazarme, pero no en silencio, pues el silencio es el lugar
peligroso. Tengo que escribir mucho, que plasmar expresiones para que
poco a poco se calle su silencio y entonces se borre su persona que no
quiero amar, ni siquiera se trata de amor sino de fascinación
imponderable y en consecuencia indecible (acercarme a la dura, a la
blanda niebla de su persona lejana, pero hunde el cuchillo, desgarra, y
un espacio circular hecho del silencio de tu poema, el poema que
escribirás después, en el lugar de la masacre). No es más que un
silencio, pero esta necesidad de enemigos realas y de amores mentales,
¿cómo la comprendió desde mis cartas? Un juego magistral.
Ahora mis pasos de loba ansiosa en derredor del círculo de luz donde
deslizan la correpsondencia. Sus cartas crean un segundo silencio más
denso aunque el de sus ojos desde la ventana de su casa frente al
puerto. El segundo silencio de sus cartas da lugar al tercer silencio
hecho de falta de cartas. También hay el silencio que oscila entre el
segundo y el tercero: cartas cifradas en las que dice para no decir.
Toda la gama de los silencios en tanto de ese lado beben la sangre que
siento perder de este lado.
No
obstante, si no existiera esta correspondencia vampírica, me moriría de
falta de una correspondencia así. Alguien que amé en otra vida, en
ninguna vida, en todas las vidas. Alguien a quien amar desde mi lugar de
reminiscencias, a quien ofrendarme, a quien sacrificarme como si con
ello cumpliera una justa devolución o restableciera el equilibrio
cósmico.
Su silencio es un útero, es la muerte. Una noche soñé una carta
cubierta de sangre y heces; era en un páramo y la carta gemía como un
gato. No. Voy a romper el hechizo. Voy a escribir como llora un niño, es
decir: no llora porque esté triste sino que llora para informar,
tranquilamente.
1966